jueves, 14 de noviembre de 2013

Los huesos de Orestes

Se recomienda pegar una leída de recordatorio a toda la historieta que pasaron Orestes y Electra después del asesinato de Clitemestra. Pero si no quieren, son libres de continuar, porque acá es todo así, liviano y para burros y lacras humanas... que es lo que son ustedes, lectores míos.

Aletes, el hijo de Egisto (el turrito amante de Clitemestra, su secuaz en el asesinato de Agamenon), usurpó el reino de Micenas creyendo en el rumor malicioso de Susana Rocasalvo de que Orestes y Pílades habían sido sacrificados en el altar de Ártemis Táurica. Pero Electra – que no se bancaba a la Rocasalvo - dudaba de que eso fuera cierto, así que fue a consultar el Oráculo de Delfos.
Ifigenia acababa de llegar a Delfos y Rocasalvo la señaló a Electra como la mangieri de Orestes. Para vengarse tomó una tea del altar y, como no reconoció a Ifigenia después de tanto tiempo, estaba a punto de reventarle el marulo cuando se presentó Orestes y lo explicó todo: “No estaba muerto, guachinas… mirá la cámara… saludá a Marcelo”.

Los hijos de Agamenón, otra vez reunidos, como los Parchis, volvieron alegremente a Micenas, donde Orestes puso fin al bardo entre la Casa de Atreo y la Casa de Tiestes.

Algunos dicen que Ifigenia murió en Braurón o en Megara, donde tiene ahora un templo y un Punto Farma en su honor; otros, que Artemis la congeló como a Walt Disney. Electra se casó con Pílades. Orestes se casó con su prima Hermíone – campesinos perversos - y estuvo presente en la muerte sacrificial de Neoptólemo, el hijo de Aquiles, con quien ella estaba desposada. Mirá qué piola.

Cuando murió Menelao, los espartanos invitaron a Orestes a que se erigiera como rey. Orestes con la ayuda de soldados proporcionados por los aliados pejoteros focenses, había agregado ya una gran parte de Arcadia a sus dominios micénicos, se adueñó también del partido de Argos, pues el rey Cilarabes, no dejó relevo. Dominó también a Arcaya, pero obedeciendo el Oráculo de Delfos, finalmente emigró de Micenas a Arcadia, donde, a los setenta pirulos, murió a consecuencia de una mordedura de serpiente (tocada de teta izquierda) en Orestio, u Orestia, ciudad que había fundado durante su destierro. Una muerte de mierda después de todo el bardo que tuvo que vivenciar.

Orestes fue enterrado en Tegea, hasta que en el reinado de Anaxandrides, co-rey con Aristón (un chaboncito con dos esposas, que vivía en dos casas, porque le gustaba cumplir con ambas) los espartanos, desesperados porque hasta entonces los tegeos los tenían de hijos, fueron a Delfos en busca de consejo y les dijo: “Vayan a buscar los huesos de Orestes y van a ver cómo los golean”. Como no se conocía dónde cadorna estaba enterrado, enviaron a un tal Licas a que solicitara más información. Le dieron la siguiente respuesta en hexámetros, porque siempre se puede ser más sorete:

Nivela y allana la llanura de la Tegea arcadia.
Ve adonde dos vientos están siempre, por fuerte necesidad, soplando;
donde el golpe suena sobre el golpe, donde el mal yace sobre el mal,
allí la tierra fecundísima encierra al príncipe que buscas.
¡Llévalo a tu casa y sé así el señor de Tegea!

Zeus: - Menos mal que ahora tenemos GPS.

A causa de la tregua temporal entre los dos Estados, Licas no tuvo dificultad alguna en su visita a Tegea, donde se encontró con un herrero que forjaba una espada de hierro en vez de bronce, y al ver aquella cosa nueva, la re flasheó.
“Qué acelga, burguesito? ¿Te sorprende este trabajo? —le preguntó el herrero— ¡Mirá acá tengo esta que te va a sorprender todavía más!” (y se bajó los pantalones)
No, mentira. Pero me la dejaron servida.
Lo que le mostró fue un ataúd de siete codos de longitud con un cadáver del mismo tamaño que había encontrado bajo el piso de la fragua cuando excavaba un pozo para esconder las manos de Perón.
Licas cayó en la cuenta que los vientos mencionados en los versos del oráculo tenían que ser los que producían los fuelles del herrero y que todo tenía que ver con todo y aguante, loco… se sentía Sherlock Holmes.

De toque volvió con la noticia a Esparta. El juez Oyarbide espartano armó un teatro, diciendo que iban condenarlo por el delito de violencia, pero era chamuyo y Licas lo sabía; así que huyó a Tegea haciendo como si tratara de eludir la ejecución, y convenció al herrero para que lo ocultara en la fragua. A medianoche sacó los huesos del ataúd y se apresuró a volver con ellos a Esparta, donde los volvió a enterrar cerca del templo de las Parcas. Desde entonces los ejércitos espartanos vencieron siempre a los legeos.


Zeus: - Y que el pentacampeonato se lo metan en el orto.